Una vez más llegó el momento de la despedida para el que nunca estuvimos preparados. Sabíamos que llegaría con la certeza misma de la muerte, pero rehusándonos a creer que en ese instante se abriría un grieta en el corazón.
Me miró con sus ojitos brillantes llenos de lágrimas, los míos mirándolo fijamente y dejando correr libremente rios sobre mis mejillas... y con un beso humedecido por la tristeza líquida, nos dijimos adiós.
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